BUSTO DE CARACALLA

209 d.C.

Museo del Louvre
Autor desconocido
Mármol
Existen varios bustos de este emperador

Análisis formal. Tanto en el retrato como en los relieves de los sarcófagos, el siglo III nada tiene que envidiar a sus precursores, antes los supera en aspectos tales como el retrato de carácter. En los de Septimio Severo, Iulia Domna y Caracalla de niño, pervive la escuela de los Antoninos. No se alcanza ciertamente la exquisitez en el tratamiento de la epidermis ni el naturalismo en la plasmación del cabello y de la barba, pero la continuidad es clara y deliberada. Esa continuidad iba pronto a hacer crisis. En el busto de Caracalla hallado en la Villa Adriana de Tívoli, el escultor no utiliza el trépano en la labra del pelo y de la barba, iniciando el procedimiento de las excisiones o entalladuras que estará en uso entre muchos artistas del siglo. El retrato del soberano inicia pues una nueva andadura que mantendrá su influencia después de Caracalla: desaparición de los surcos abiertos por el trépano y cambios en el corte y la ejecución del pelo y de la barba, ambos muy cortos y ajustadas a la cabeza y a la cara. El pelo del bigote y de las patillas se representa por medio de puntos y escisiones que en adelante suelen reemplazar a las barbas plásticas. Pero el hecho más característico de esta nueva serie, y sobre todo de la figura de Caracalla, es la fuerte expresividad en el gesto del retratado.
El retrato típico de los seis años de su reinado (211-217) debió de nacer en el 213, a raíz de su viaje al Oriente, pues sabemos que durante el mismo colocó su efigie en todas las ciudades por las que pasaba. Seguramente la efigie no era de cuerpo entero, sino un busto revestido de armadura y de una clámide muy cerrada como la vemos ya en el busto de Tívoli. Era un elemento fundamental para la puesta en escena, pues sólo así parecía el cuello más corto y la torsión de la cabeza que vemos en el busto de Nápoles (imágenes de abajo) mucho más violenta al quedar subrayada por los pliegues del embozo. Siguiendo la línea iniciada en el retrato del 209, el escultor rompe con el naturalismo convencional, aunque muy decorativo y representativo, de los Antoninos, para realizar una de las creaciones más logradas de la retratística romana, la última digna de tal nombre. El gesto torvo del ceño, acentuado por la hinchazón de los músculos de la frente, y la mueca de hastío de la boca, dan al semblante la expresión de tirano y de loco furioso que él no tenía reparo en alentar desde sus propios retratos oficiales, hechos sin duda con su beneplácito aunque por mano de un artista genial, un artista que volvió a hacer del pelo no un adorno, sino una parte sustancial de la cabeza.
Este genial busto de Caracalla representa el punto álgido del realismo romano. Cabellos cortos y rizados, incipiente barba, pliegues, todo labrando profundamente la superficie del mármol.
Las formas transmiten brillantemente el carácter del emperador: ambicioso, resolvió todos sus problemas por la fuerza bruta (asesinó a su hermano y a miles de sus opositores).
El claroscuro de sus cejas fruncidas, la profundidad y el detallismo de su mirada ( tiene rehundidas las pupilas), los labios entreabiertos, nos reflejan a un hombre fornido, impulsivo o incluso cruel, pero no carente de un cierto atractivo de madurez . Mirada oblicua y concentrada y frente arrugada que da sensación de severidad. Creyó ser la reencarnación de Alejandro Magno, quizá la pose torcida de su cabeza, quiera recordar a algunos retratos de Alejandro
La imagen de severidad  y energía la debía de necesitar para mantener la disciplina en el ejército, aunque murió asesinado por un oficial. Este gesto de energía y dinamismo será modelo de escultores renacentistas y barrocos para representar a jefes militares
Realizó campañas militares contra los germanos y los partos, aunque poco exitosas. El legado más importante de su mandato fue el llamado Edicto de Caracalla o Constitutio Antoniniana (en el 212), por el cual se extendía la ciudadanía romana a todos los habitantes libres de las provincias. Dicha medida, aconsejada por el deseo de acrecentar la unidad política del Imperio y de elevar los ingresos fiscales, dio un gran impulso a la romanización, al dejar al margen de la ciudadanía sólo a las poblaciones rurales y a los bárbaros instalados en las fronteras. En Roma impulsó Caracalla importantes construcciones, como las termas que llevan su nombre.

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